La calle principal era la Rivadavia que costeando el lado norte de la plaza terminaba en una pequeña lomada al oeste donde en la cima de la misma se divisaban tres cruces que recordarían, según la tradición, el asesinato de tres caciques yacampis durante el levantamiento indígena de 1636.
Cuentan nuestros abuelos que pasando la medianoche de ciertas noches de luna llena, cuando el silencio invadía las calles de la villa, un sonido estridente similar al “llanto de una mujer”, bajaba de las serranías apareciendo sobre la lomada de las tres cruces una mula negra brillosa, totalmente ensillada con aperos de fino porte, el freno se destacaba por detalles labrados en oro y plata y con ojos desorbitados y dilatados, que al galope bajaba por calle Rivadavia hasta Entre Ríos, al llegar a Santa Fe se detenía sintiéndose mas fuerte los lamentos o llantos en la esquina y buscando la puerta de la única casa que había se paraba en dos patas con briosos y bravos movimientos. Según se decía, allí vivía una mujer que estudiaba la Magia Negra. Luego continuaba su loca marcha hasta el cementerio de la localidad donde sus lamentos dejaban de sentirse.
Cuando el animal pasaba los perros se enloquecían en llantos pavorosos y los animales equinos se escapaban del lugar con fuertes relinchos. Algunos paisanos, en rueda de fogones, comentaban que en cada relincho emanaba “fuego por su boca” con la fuerza o similitud de un dragón.
Cuenta la leyenda que un hombre del pueblo, apostó con otros amigos que se le acercaría y trataría de montarla, para ello la esperó una noche, bien pasado en copas y la enfrentó. Nunca pudo recordar lo que pasó, solo amaneció durmiendo en un corral lejos de su casa. Otros afirman que a quienes se le acercaba insitía el animal, con movimientos para que le saquen el freno y dejar así su boca libre. Por su relación o visita al cementerio en noches de luna llena el pueblo la llamaba “Ka mula-ánima”. Los vecinos insistieron en la creación de un puesto policial que se logró poco tiempo después. Cuando había noches de luna llena los policías en su guardia, temblorosos esperaban su recorrido, pero la Mulánima no pasaba, según afirmaban que llevaban una cruz en la visera además fueron dotados de Rosarios Bendecidos enviados de la capital de San Juan. El pueblo estuvo convulsionado por la aparición de la mulánima durante mucho tiempo y su efecto se demostraba porque al bajar la tarde, las calles estaban desiertas, todos estaban adentro de sus casas rezando temblorosos. Hasta que un día, llegó un sacerdote que invitó a todos a la lomada de las Tres Cruces, allí rezaron con fe y rezando regaron con Agua Bendita el recorrido que hacía el tembible animal pidiendo que regresara a los designios del mal de donde se habría escapado.
Desde entonces la mulánima es solo un recuerdo de la presencia de algún espíritu maligno que, sabe Dios por qué razón, visitaría este tranquilo lugar vallisto.
Versión popular . Redacción Elina N. Elizondo de Corzo
Historias y leyendas extraídas de la recopilación “historias, leyendas, cuentos; poesías y relatos de autores vallistas - Biblioteca Pública y Popular Domingo Faustino Sarmiento”