De aquel entonces, hasta la actualidad, el enfermero de Sierra de Rivero entregó todo, incluso a su familia, para garantizar el derecho de acceso a la salud de los rivereños.
“Entré a los 18 y trabajé seis meses ad honorem en el hospital Alejandro Albarracín hasta que me tocó hacer el servicio militar. Me mandaron al RIM 22 y me pasaron derecho a la enfermería. Ahí aprendí mucho, estuve un año y dos meses. Volví capacitado y directamente vine a hacer los papeles para entrar a Salud Pública; apenas me aceptaron me enviaron a Sierra de Rivero”, relata sin pausa ni fisuras Pedro, el ahora exenfermero.
El paisaje de Rivero difiere mucho con Elizondo y Chávez, prácticamente estos dos últimos parajes de las sierras son bastante similares. Vegetación más baja, árboles solitarios a bastante distancia y el verde solo se observa donde la mano del hombre lo ha decidido.
Rivero es diferente, es verde por todos lados, el río acompaña serpenteando cada una de las casas de los vecinos que decidieron vivir ahí, alejados de comodidades más urbanas que necesarias. La energía para mantener encendidas las lámparas, una heladera o una radio, es provista por los paneles solares y baterías que entregó el Gobierno de San Juan a cada familia. El agua es directamente tomada del río.
Y los víveres para mantenerse, son comprados en la villa cabecera del departamento y subidos a lomo de mula.Ahí en Rivero, el centro de salud está dentro de la casa de los Chávez. Es así desde que a Pedro lo nombraron. Igualmente se ha dado el lujo de trabajar en otros puestos. “Trabajé en todos los puestos del departamento, solo me faltaron Balde de Chilcas y Sierra de Chávez, justo el lugar donde nací”, destaca como quien cumple el refrán de que nadie es profeta en su tierra.
El terremoto de 1977 lo encontró a Pedro Chávez lejos de su casa, más precisamente en Bermejo. “Estaba nuevito, nuevito y me mandaron a Bermejo, fue en noviembre, justo unos días antes del terremoto. Estuve solo, la verdad, la pasé muy mal. Dormía en la casita que había en el mismo puesto de salud, estaba durmiendo cuando se empezó a mover todo y se caían paredes y techos. Cuando pude salir a la segunda vez, porque en la primera tuve que volver a buscar ropa para ponerme, había mucha tierra y empezaron los gritos de las personas heridas. Y ahí nomás empezaron a llegar al puesto. Como podía los acomodaba y trataba de hacerles primeros auxilios, al aire libre nomás. Había un policía que estaba destinado a ese mismo lugar y me ayudaba mucho, y bueno, a los que estaban más complicados los trasladábamos al hospital de Caucete, que también estaba muy dañado”.
Todas experiencias para aprender, es el fiel reflejo de la profesión de la enfermería, más todavía en épocas que era imposible viajar y estudiar en la ciudad. Pero Pedro tenía, y tiene, una convicción muy fuerte con respecto a su vocación, al punto que dos de sus tres hijos están ligados a Salud Pública. Y sin querer hace un repaso de su familia, fiel acompañante de tantos años de trabajo.
Casado con Nina, tiene tres hijos, “Laurita es la mayor y ya es enfermera de planta permanente, le sigue Cristian que vive en Astica y trabaja en la parte privada y Leandro que también ha seguido mis pasos y está pronto a tener su matrícula para poder ejercer de manera general la enfermería. Él es personal contratado y esperamos que pronto pueda quedar efectivo”.
Es imposible evitar pensar que la vida, por más sana que se nos presente en estos oasis sanjuaninos, tenga sus complicaciones y sobresaltos. Y el ejercicio de la salud no escapa a estos conceptos. Pedro repasa esas situaciones “tristes” que le tocaron vivir.
“Lo más complicado de este trabajo es no poder ayudar a la gente, porque uno hace las cosas para mejorarle la salud a las personas pero a veces no se puede hacer más”, relata acongojado Pedro al recordar una paciente diabética que trasladaba de la sierra para Astica y en medio del camino falleció. Hoy una cruz y algunos recuerdos están presentes en ese lugar del camino, pegado al río.
“Tener que trasladar a los pacientes que no pueden hacerlo por sus propios medios es muy complicado. Sí o sí tenemos que usar una angarilla (camilla que consta de dos palos largos con una tela resistente al medio donde se coloca al enfermo. En cada punta, con una cinchas al cuello, van dos personas y dos más, de cada lado, toman unos palos que atraviesan por debajo a la camilla), y entre seis, empezar a bajar. Tenemos seis horas de viaje, cuando en caballo o mula serán cuatro. Es muy sacrificado y todo depende del peso del paciente, si es grande o pequeño”, resaltó Chávez.
Hoy se hace más fácil poder trasladar a una persona de las sierras al pueblo más cercano que es Astica. Cuando se agotan todas las instancias de atención con las que cuenta el centro de salud, se pide, finalmente, la aeroevacuación. “Antes costaba pedir el helicóptero, porque las comunicaciones no eran muy buenas, había mucha interferencia y costaba que nos escucharan; ahora con la tecnología nueva es más fácil, a veces no anda todo muy bien, pero se puede lograr. Nosotros llamamos al Dr. Matías Espejo – subsecretario de Medicina Preventiva – y él se moviliza para que llegue el helicóptero”.Pero con casi 42 años de servicio, Pedro no deja de recordar lo que más le gusta de este trabajo: los partos.
“Estuve un tiempo trabajando en la sala de partos con los médicos y parteras y aprendí mucho, es lo que más me gusta hacer. Durante mi carrera en Salud Pública realicé 14 partos que eran todos al límite y no había tiempo de bajar a las madres al centro de salud de Astica o al hospital. Siempre estuve abocado a mejorar la salud de las personas, sentía que mis vecinos de acá de las sierras dependían mucho de mi trabajo por eso nunca escatimé en esfuerzo”.
En pocos meses, las sierras del Valle recibieron la visita de la ministra de Salud Pública, la Dra. Alejandra Venerando en varias oportunidades, quien, acompañada de funcionarios de la cartera sanitaria, ha brindado soluciones y apoyo a los equipos que allí trabajan. Se ha logrado dotar a los CAPS de la zona con los elementos básicos para que atiendan los enfermeros y los insumos que utilizan los médicos cuando suben.
Como fiel reflejo de lo que se pretende de un servidor público, don Pedro Chávez parece suspendido en el tiempo, ya no ejerce, pero sus recuerdos no hacen más que motivar a quienes lo escucha, porque habrán pasado los años, pero la vigencia de un enfermero comprometido no tiene fecha de vencimiento.